martes, 26 de febrero de 2008

a la sombra del almendro



Por decir algo, digo que un mar lentísimo se aparece
como en sueños y que un día sin nubes cae en el horizonte, como un gran pez dorado en las redes del tiempo. La primavera trae sobre la montaña un incendio de luz y, en vano, el agua saca de las llamas inútiles espadas de diamante. La sombra, verde y rosa, baja de los almendros y se instala, y se aquieta aquí cerca, donde una lenta voz, desde hace cierto tiempo, aparece y repite su canción.

Se deshojan las flores en los viejos campos que la maleza ha cubierto de angustia, y los retoños lloran, y el almendro ha dejado caer, en su agonía, sus flores. Y, sigilosa, la muerte ronda furiosa sobre los árboles, mientras las horas bañan de soledades las laderas.
Los campos extensos se convulsionan con el viento. Y contemplo la quietud
entremezclada con las diversas formas, que arrullan la calidez de la espesura… Y a mí, que os miro sin daros cuenta, me dais vida, y grito en silencio aquello que sin querer me provocáis... porque alzando los ojos... veo la desnudez de la luz que de vosotros brota.


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